Pasé mi última navidad al calor del río de la Plata en Colonia de Sacramento (Uruguay). Nos acompañábamos con mi amiga Dina, a la que le gusta tanto la Navidad como a mi. Las playas del río estaban llenas de pequeñas cochas de color blanco y me entretuve como un chiquillo llenando una buena bolsa de ellas. A Dina y a mi nos unía (además de un montón de cosas importantes) el hecho de haber sido confundidos por coleccionistas de dados y, en cierto sentido, habíamos terminado por serlo y por establecer, cada uno a su modo, todo un pensamiento alrededor de ellos.
Uno de mis lugares favoritos en el mundo de entonces era el mercado de pulgas de la avenida Dorrego. En cuanto ví aquella pequeña y frágil cajita de cristal totalmente cuadrangular, como un dado, pensé que era el lugar ideal donde podría esconderse una pequeña conchita de agua dulce. El único inconveniente es que la verían desde los cuatro costados, por eso la cubrí con pedazos de fotos hechas en alguna playa vieja.
Y, mira por donde, casi diez años después la veo brillando cada noche en mi estudio
Caja de luz. Obra de Dina Roisman